La difusión de una encuesta interna entre empleados de la banca de inversión y valores Goldman Sachs ha sobrevolado por las redes, pero no parece haber concitado grandes reacciones entre la ciudadanía.
Bruselas promete alcanzar la inmunización en la UE para mediados de julio, y existe el sobreentendido de que tras la vacunación todo volverá a ser como antes de 2020. En realidad, se quiere que sea como antes. Craso error.
Un porcentaje de nuestras actividades laborales y lúdicas ya han cambiado inexorablemente. Algunos cambios están aquí para quedarse, como por ejemplo la enseñanza y las conferencias académicas. Es un llanto de impotencia obviar en qué porcentaje de cambio estamos dispuestos a asumir plenamente la nueva normalidad.
En su primer año laboral en el banco de inversión Goldman Sachs, los analistas junior trabajan un promedio de 95 horas a la semana. Es decir, casi 14 horas al día. Duermen unas 5 horas y no le queda más tiempo disponible para otros menesteres. A ellos ya les iría bien jornadas semanales de 80 horas. En Europa se pide una de 32 horas en cuatro días. La disparidad de los modelos laborales salta a la vista.
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Es altamente contraintuitivo pensar que con la imparable digitalización y robotización en curso acabaremos trabajando más y con peor calidad de vida. Incluso durante los tiempos de la primera revolución industrial se duda si las jornadas laborales eran tan largas. Ahora es inaudito considerar que se puedan alcanzar el centenar de horas de trabajo semanal.
En un estudio previo ya habíamos resaltado el grave peligro de servilismo que corren nuestras democracias robotizadas. En ese caso apuntamos a la creciente desigualdad que están generando los señores feudales tecnológicos al acumular exponencialmente riqueza, poder e influencia en la mayoría de los gobiernos de los países desarrollados. ¿Qué decir de los que están sempiternamente “en vías de desarrollo”? Recuérdese cómo Facebook y Twitter decidieron suspender las cuentas de Donald Trump, sin que el expresidente o ningún juez pudiesen hacer nada para impedirlo.
El imperio de los fondos de inversión
¿Cómo es posible que en estos tiempos de inevitable robotización se pueda trabajar más que antes de la pandemia? Paradójicamente estas nuevas normalidades se producen en un sector donde la inteligencia artificial lo permea casi todo.
Por ejemplo, hay herramientas de inversión altamente automatizadas como Betterment que se ofrecen a los bancos españoles, y en donde el robot es mucho más eficiente que el humano para obtener beneficios de inversiones en el mercado de valores.
Otro ejemplo es el conglomerado de inversiones Renaissance Technologies, con su estrella el fondo Medallion, del famoso matemático Jim Simons.
La respuesta estándar al otro lado del Atlántico de por qué se trabaja tanto es: “Ah, pero si ganan tantísimo dinero, ¿de qué pueden quejarse?”. Para la nueva revolución industrial inteligente 4.0 la explotación es un privilegio. ¿El mundo al revés o más acelerado en las relaciones entre señores feudales y nuevos siervos de la gleba?
Algoritmos rudimentarios
La robotización conlleva el potencial de liberarnos del trabajo no deseado, o repetitivo y rutinario. Pero, ¿cuánto cuesta escribir los algoritmos que indican al robot lo que tiene que hacer? Los llamados programas informáticos son algo extremadamente eficiente y manual. Dependen sumamente de la capacidad del programador de saberse los trucos. En muchos aspectos es todavía un trabajo de orfebre.
Piense el lector, que una coma mal puesta en el comando de una línea de código informático puede hacer que todo el algoritmo se derrumbe (un error tipográfico paralizó internet en 2017).
Los lenguajes de programación son extremadamente rudimentarios y requieren una gran cantidad de trabajo manual. Especialmente los lenguajes de programación generalistas y de nivel bajo que dan instrucciones directas al computador, como el lenguaje C.
Es verdad que la tarea de programar es más fácil con lenguajes de alto nivel como Python, pero aun así sigue siendo un proceso puntilloso y altamente intensivo. La computadora debe saber qué tiene que hacer.
Es cierto que ha habido avances rudimentarios como el lenguaje wolframalpha donde se puede escribir en lenguaje normal lo que se quiere que haga el algoritmo. Si este lenguaje fuese más potente, la necesidad de analistas con jornadas de 100 horas semanales sería innecesaria.
Nuestro modelo social europeo requiere que la robotización se adecúe a nuestros objetivos de una sociedad más ética y justa, y que se aleje de las viejas prácticas de explotación y de desigualdad. Para ello se hace necesaria una legislación comprensiva y activa que preserve nuestros derechos sociales y el Estado del Bienestar.
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